Se asiste en las últimas décadas a profundos cambios de paradigmas en las artes; y el teatro, permeable a su entorno, no es ajeno a estas transformaciones. La dramaturgia clásica se sustituye por otra deudora de la cultura de la imagen donde los principios canónicos se tambalean para transmitir sensaciones, experiencias o impresiones a través de fábulas fragmentadas, personajes que se desdoblan o una expresión de la temporalidad tan subjetiva como lo es la percepción de la misma. Los procesos de escenificación recogen, del mismo modo, una horizontalidad de las relaciones artísticas donde las fronteras entre sus integrantes son tan lábiles como creativas. Este es el contexto en el que germinan las dramaturgias de María Caudevilla que no son el resultado de un trabajo en el despacho, sino fruto de un conjunto de ideas que bullen en su imaginario, que traslada a los actores con los que trabaja, para darles forma más adelante en un texto, una vez que en los procesos de ensayos se han realizado las necesarias improvisaciones: “cada montaje parte de una idea que presento, nunca de un texto”, escribirá en el epílogo de este libro. Surgen así, de los procesos de la Compañía Baraka Teatro que lidera desde el 2008, «Sueño Lorca o el sueño de las manzanas», «Miguel Hernández: labrador del viento» y «No somos ángeles». No en balde es el paraguas de la compañía el que da título a la publicación en un guiño de confianza ante una época de quiebras, desengaños y dolorosos contratiempos en los que el individualismo imperante es deliberadamente remplazado por el apoyo mutuo necesario sobre el que la directora-dramaturga cimienta su creación escénica. Las imágenes, la plástica, la sensorialidad, y otras cualidades “técnicas” aquí vertidas son las herramientas que aproximan al espectador o al lector a los temas existenciales que transitan los títulos presentes y todo su teatro: el ciclo vital del hombre, donde la adversidad, las contradicciones y el sufrimiento se reconocen, pero ante los que Caudevilla opone una actitud esperanzada de la que ella rebosa, o mostrando la cara amable y bella de las cosas, oculta en la negrura de amargas existencias, para apaciguar miedos e incertidumbres.